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El sábado, 14 de enero,  comenzamos nuestras excursiones de 2017 con un viaje a Segovia, ciudad  que, como Salamanca, forma parte de la comunidad de Castilla y León.

Al llegar a Segovia, y antes de  visitar  la ciudad, dimos un paseo por La Alameda, en la orilla derecha del río Eresma,  donde se encuentran la antigua Casa de la Moneda y el Monasterio del Parral. La Alameda es el lugar preferido por muchos segovianos para hacer deporte, salir con sus perros o simplemente pasear.

Ya en la ciudad, contemplamos su impresionante acueducto, uno de los mejor conservados de todos los construidos en el inmenso territorio que ocupó el Imperio Romano. Es una obra de principios del siglo II,  y durante siglos condujo el agua desde la Sierra de Guadarrama hasta la ciudad. En su construcción, se utilizaron más de 20.000 bloques de granito colocados uno sobre otro sin ningún tipo de cemento. El acueducto tiene 166 arcos.

Pero según la tradición popular,  no fueron los romanos sino el diablo quien construyó el acueducto.
Cuenta la leyenda que una joven criada de Segovia tenía que ir cada día a buscar agua para la casa en la que servía, este trabajo le llevaba mucho tiempo y esfuerzo,  y un día, en el que estaba especialmente cansada, dijo: “Daría mi alma al diablo a cambio de no tener que ir a buscar el agua”. De pronto, el diablo se le apareció y le preguntó si hablaba en serio, y la joven, que no había reflexionado sobre la gravedad de su oferta, le respondió que sí. Entonces el diablo se comprometió a construir un acueducto para solucionar su problema a cambio de su alma. Eso sí, la chica le advirtió que debía terminar el acueducto esa misma noche. Cuando la joven se quedó sola, reflexionó y se dio cuenta del tremendo error que había cometido, sólo le quedaba  llorar y rezar pidiéndole ayuda a Dios,  quien, viendo el sincero arrepentimiento de la joven, hizo que el sol saliera antes de lo habitual con lo cual el diablo, que estaba a punto de colocar la última piedra de la obra, no concluyó el acueducto en el tiempo prometido. Así la joven salvó su alma y todos podemos disfrutar del acueducto.

Paseamos por su barrio antiguo y admiramos  sus palacios y casas nobles, sus iglesias románicas, la catedral y  la judería. En muchas casas de Segovia se puede ver el típico esgrafiado: una decoración típica  de origen mudéjar a base de temas geométricos y vegetales. En  la  Plaza Mayor  en 1474  fue coronada Isabel “la Católica” como reina de Castilla.

Por supuesto, hicimos un alto para comer y probar así alguno de los platos más famosos de Segovia: judiones de la Granja, cochinillo o tostón y los más golosos el riquísimo ponche segoviano.

En la foto podéis ver la estatua que Segovia dedicó al famoso cocinero Cándido, Mesonero Mayor de Castilla, que aparece representado mientras realiza el famoso ritual de “cortar” el cochinillo con un plato, para demostrar que el tostón está en su punto de asado y es tierno. A continuación el plato se tira al suelo y a la vez que se rompe se dicen unos versos de alabanza al cochinillo asado. Se hace con un plato porque en una ocasión, al no encontrar Cándido cuchillos para cortarlo, lo hizo con un plato comenzando así una tradición que se repite en muchos restaurantes y asadores de la ciudad.

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Por la tarde visitamos el Alcázar: alcázar es una palabra de origen árabe que significa castillo o palacio fortificado. En la Edad Media, a los reyes de Castilla les gustaba pasar aquí largas temporadas: el Alcazar fue la residencia de veintidós monarcas.

En el viaje de regreso, nos detuvimos en Ávila donde admiramos sus magníficas murallas y recordamos la figura de Santa Teresa de Jesús.  Tanto Ávila como Segovia tienen el título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad.

Aunque hacía frío, pasamos un día estupendo, y todos vosotros os deseamos un 2017 lleno de viajes maravillosos.